Érase una vez un pollito, con las alas muy respingonas y el pico muy naranjota. Todos los días por la mañana, en cuanto sonaba el despertador y antes de saltar de la cama, se colocaba en la cabeza un lazo color rosa fucsia enorme. Tan enorme, que era igual de grande que su cabeza redondita y peluda. Sus polluelos, cuando se levantaban a desayunar con su papá, le miraban atentamente con los ojos como platos. “Pero papi, en serio, ¿otra vez te has plantado el lazo fucsia en el pelo? Parece que llevas un florero en la cabeza…”.
Pero a papá pollo le daba igual. Él se había empeñado en que ese adorno le daba suerte y estaba acostumbrado a trabajar, a cocinar y a hacer deporte con el lazo puesto. Sus hijitos ya no le hacían mucho caso cuando se vestía cada día, porque no les hacía ni pito caso ni escuchaba sus consejos. Así que se ponían a ver películas en la tele o a leer libros sin parar, mientras su padre salía a pasear o a hacer la compra con el floripondio rosa en la cabeza.
Un precioso día primaveral, con el sol brillante, el cielo azul intenso y las nubes espumosas bailando samba… Bueno, así se veía desde la ventana, porque los polluelos no podían bajar del arbolito, por el momento, porque tenían que hacer reposo en casa. Ellos abrieron los ventanales de par en par y papá pollo decidió aprovechar el buen día soleado para ir a hacer unos recaditos al supermercado. Pero al salir del portal de su casita árbol, se encontró en la misma puerta ¡con tres caminos en lugar de uno!
El pollito y su lazo no entendían ni jota. Cada sendero era diferente: uno parecía hecho de nata montada, era de color morado y tenía una cuerda alrededor haciendo espirales. Había otro, que parecía el más corto, que estaba cocinado con bizcocho de fresa y donde al andar se te hundían los pies ¡como en la nieve! Y el tercero, estaba al fondo porque tenía forma de escalera y al acercarse… mmm, ¡éste camino sabía a chicle!
Nuestro héroe cogió unos prismáticos que llevaba en su mochila y consiguió ver que los tres caminos llegaban a un castillo con ladrillos azulones y una llave plateada. ¿Qué encontraría allí dentro? Papá pollo decidió probar los tres caminos. Total… ¡su lazo rosa siempre le daba suerte!
¿CUÁL ES TU FINAL FAVORITO?
NATA MORADA. Pollito se puso unas aletas de bucear y se lanzó a nadar por la nata espumosa de color morado que le llevaría al castillo. Se agarró a la cuerda que daba vueltas y fue bastante sencillo, sólo tenía que dejarse llevar. ¡¡Ueeeee!! Era como ir en un tobogán, facilón, facilón. De repente, pum, se chocó contra la puerta de piedra porque no se lo esperaba, no había calculado la fuerza del impulso. Y del golpe, pataplán, un ladrillo que tenía una cerradura se movió. Papá pollo cogió la llave plateada y la giró. ¿Sabéis a dónde daba? ¡A un jardín repleto de naranjos y limoneros! Así que llenó su mochila de batido de limón, naranja confitada y mermelada de mandarina. Los arbolitos le prometieron que con tantas vitaminas, sus polluelos no se pondrían malitos en todo el invierno. ¡Toma que toma!
BIZCOCHO DE FRESA. Pollito se colocó unos esquís en su patitas pero… ¡oh oh! Esta nieve de bizcocho estaba muy rica, pero costaba mucho andar. Tenía que ayudarse con los bastones para avanzar y tardó unas horas en llegar, eso sí, se lo pasó pipa durante el camino. Le dio tiempo a hacer muchas cosas: hablar con los animalitos que se encontraba, saborear los colores que veía, tumbarse en el manto blanco a soñar un rato y ¡darse ánimos a sí mismo! Cuando llegó a la puerta, sin embargo, todo fue fácil. La llave abrió el portón de madera que le llevó directamente a una piscina llena de pececitos de colores. Después de nadar con ellos un buen rato, le regalaron unas burbujas mágicas que quitaban el aburrimiento y te enseñaban a pintar. A sus polluelos les iban a encantar. ¡Olé que olé!
CHICLE SABROSÓN. Pollito se calzó unas botas de montaña y cogió una cuerda para trepar por los escalones chiclosos. ¡Mmm pero qué bien olía este senderito! Cada vez que subía un trocito de escalera, estaba cansadito del esfuerzo y sudando, nunca mejor dicho ¡como un pollo! El último tramo era una rampa, así que bajó dando volteretas hasta el castillo pero ¡anda mi madre! La llave de plata estaba escondida en una torre, pero como papá pollo tenía ahora las piernas y los brazos fuertes, trepó a por ella en un pis pas. ¡Menudas vistas tenía el torreón! Tras cruzar una puerta dorada, se encontró con un montón de gnomos y gnomas bailando salsa en la muralla. Se unió a ellos y moviendo el rulé, llegaron a casa con los polluelos, donde siguieron danzando toda la noche. ¡Dale que dale!